La punta gruesa del
lapicero azul, se hundía en la superficie blanca de blanca del fino papel,
dejando una estela de letras que decían tu nombre en un idioma cariñoso y
primaveral que solo yo podía leer.
El lapicero ya no
escribe, el papel murió en un incendio distante. Solo queda el sentimiento de
dos cosas que alguna vez se encontraron en el bus de la vida.