HOTEL
Pedro Moreno Sarmiento
El tapizón rojo, largo
como una cinta en el suelo, guiaba por el callejón del segundo piso del Hotel
“El Manzano” y las puertas de los cuartos cuyas ventanas daba a la calle, me
encaminaban al 208 que era el número de mi cuarto en aquel caro Hotel al que no
hacía mucho acababa de llegar para una misión de trabajo.
Era ya muy entrada la
noche y el cansancio y el stress del viaje hicieron que apenas pueda bañarme y
caer rendido a la cama.
Que bien he dormido –me
decía a mí mismo- enrumbando al gratuito desayuno que ansioso buscaba.
Mantequilla en recipientes pequeños me hacía añorar la mantequillera grande de
mi casa. Grandes jarras de yogurt, panes de diversos tamaños, frutas , el
infaltable café, el azúcar en pequeñísimos envases de papel y los platos que
vacíos pedían ser servidos con avidez.
¡Qué bien se duerme en
este hotel! –me decía- y seguí con mis tareas encomendadas en un País que no
era el mío.
Ya por la tarde en mi
retorno al Hotel y sin tener con quien conversar, me regodeo con un buen baño
de tina. En mi casa no tengo tina. Me parece raro estar en algo que me da la
sensación de estar en un plato grande y ser yo la pieza de carne, quien sabe de
un sancochado. Imaginaba la col a mi costado, papa, camote, un trozo de choclo
y el agua tibia acariciando mi cuerpo que relajado pero solo era una agradable
soledad.
No pude encontrar un
cuarto con solo una cama, por eso tenía dos. Eran tan cómodas ambas que no
sabía dónde dormir. Escogí la que podía levantarme con el pie derecho y apagué
la luz, esperando que pronto amanezca para continuar mis labores. El sueño
llegó rápido.
Un fuerte grito que
solamente escuché yo, me despierta sudando copiosamente y casi temblando. Era
una pesadilla. Una pesadilla de solo un grito. Una pesadilla sin historia. Un
grito en la soledad de mis sueños.
Solo habían pasado 30
minutos desde que creía dormir – así me dijo el reloj despertador de mi
cabecera- prendo el televisor para que las voces me acompañen en la soledad de
mi cuarto. Luego lo apago y vuelvo a quedar dormido.
Tres fuertes toques a
la puerta de mi cuarto hacen que me levante bruscamente con la idea de abrirla
al que toca a esas horas de la noche. Abro la puerta y no hay nadie. Era otra
pesadilla. Esta vez eran golpes, no era un grito. Al menos los tres golpes se
acompañaron en mi pesadilla de tres ruidos.
Vuelvo a encender el
televisor y ya no podía dormir. Tenía miedo de quedarme dormido y tripletear de
pesadillas. Fue una mala, mala noche para un dormilón como yo. Culpé de ello a
que había cenado mucho y me había caído mal el exceso. Siempre que como harto,
antes de dormir doy un largo paseo para “bajar la comida”.
El suculento desayuno
mañanero del hotel, para no gastar en almuerzo en una ciudad cara es lo más
recomendable para cuidar los billetes. Una cosa muy ligera en el almuerzo y el
plan era un té o una manzanilla antes de dormir para evitar las pesadillas.
Al regresar al hotel,
me estaba esperando un amigo de mi País que se había enterado que estaba
alojado ahí. Me dio un gran gusto y me dijo que me invitaba a un lugar especial
donde se comía de lo mejor y no pude despreciar. Mas por la alegría de volver a
verlo que por las ganas de comer. Pasamos una velada de lo más fraterna,
recordando casos agradables y desagradables, recordando amigos comunes vivos y
muertos. Tantas cosas vividas juntos que me hicieron olvidar la dieta nocturna
antipesadillas que me había propuesto.
Nos despedimos con un
gran abrazo y la promesa de que cuando vuelva le avise con anticipación para
conocer la ciudad y los lugares que pocos turistas conocen, aparte de que ya me
debía alojar en su departamento para ahorrar el hotel. Eso sí que me agradó. Y
cada uno va a donde debe ir, con la satisfacción de una gran amistad perdurable
aún en la distancia.
Nuevamente el ritual
del baño en agua de tina tibia. Ya en la cama sentí el miedo de las pesadillas
y dije no. Me vestí con la ropa más liviana que pude en una noche agradable y
tomé la decisión de caminar donde sea para poder dormir sin pesadillas después
de tanta comida con mi amigo.
Bajé al Lobby y salí a
la calle a caminar, pero la oscuridad aunque clara de un lugar que no era el
mío, me hacía dudar de caminar por esas calles solas y a altas ya horas de la
noche.
Mejor me siento en la
barra cerca de dos parejas que algo festejarían. Hasta que me dé sueño. Y ahí
estaba yo. Solo con mi soledad y mi barriga llena.
En eso se aparece una
mujer madura con facciones de joven, con su ropa de deportes y pide un agua
mineral. Se sienta en la otra mesa cercana a la mía y como que saboreaba la
mineral sin dulce que entraba refrescando su bello gañote, Era bella, antes
seguro lo era mucho más. Seguía siendo bella, sin maquillaje ni ropa que realce
su belleza. No le era necesario.
Le sorprendería mi
soledad o mi necesidad de compañía. Buenas noches- me dijo- Buenas-le contesté-
viene o va a hacer ejercicios –le pregunté-Voy a trotar por la costanera. Oiga
pero a esta hora y sola debe ser peligroso. No –me dijo- los guachimanes de la
zona me conocen y me protegen de cualquier cosa. Me gusta la hora porque así
puedo dormir sin pesadillas. Oiga a mí me pasa lo mismo, por eso es que estoy
haciendo hora para la digestión.
Acompáñeme si gusta.
Nunca entro a este hotel, es la primera vez que lo hago porque estoy un poco
deshidratada y a esta hora no hay donde comprar una soda. Bueno mire – le dije-
yo hace tiempo no troto pero si camino largo, allá en mi País hay un parque que
se llama Campo de Marte, en el cual doy 3 vueltas a paso largo, cada vuelta es
de dos mil metros o sea camino 6 Kilómetros. Como no conozco por acá le agradecería
me permita acompañarla porque cuando como bastante por la noche, me da
pesadillas muy fuertes que me levanto con sobresalto y muy asustado si no
camino antes de acostarme. Anoche ha sido una de las más fuertes. Estoy alojado
en este hotel.
Seguro está en el
cuarto 208 –me dijo- claro, como lo supo –le dije- Bueno acá se cuenta una
historia de ese cuarto. Hace tiempo cuando recién se iniciaba el hotel, un
pasajero se hospedó en ese cuarto – y empezamos a caminar largo por el malecón-
y tuvo un romance con la esposa de un obrero de por acá. Como este hotel es de
lujo, la deslumbró a la chica, con obsequios y demás. Agua caliente en la tina,
toallas grandes ,blancas y felpudas. La cosa que tuvieron un romance. El marido
se entera va al hotel ,toca tres veces con fuerza la puerta, sale el hombre y
lo mata, la mujer grita fuerte y también la mata. El traicionado asesino sale
corriendo por este malecón y se mete un tiro por la boca y muere. Ese cuarto
fue el escenario. –Seguimos caminando-
La mujer guapa ya me
había asustado. Pero su sonrisa bella y sus senos que subían y bajaban con el
caminar como que masajeaban mi susto y lo convertían en deseo. Bueno -le digo-
si la mujer era guapa como usted, estoy dispuesto a morir –un piropo ligh- y
nos olvidamos y caminamos, caminamos, era agradable, muy agradable. Terminamos
la caminata, le invité a tomar soda para hidratarmos. Recordé haber comprado
unos aretes de plata en forma de abeja para mi esposa. Los tenía en el bolsillo
y con muchísimo gusto se los obsequié. Hasta permitió que se los coloque en sus
seductoras orejas. Me dio su número telefónico. Cuando regreses, llámame para
trotar juntos en un parque cercano que te va a gustar -me dijo-.
Le di un lujurioso beso
en la mejilla izquierda y salió del hotel
con cara de contenta. Más contento estaba yo, con la barriga baja, la
alegría de haberla conocido y con el sedeo de soñar con ella me quedé
profundamente dormido, hasta que esa madrugada me recogieron para el aeropuerto
y un fuerte y largo suspiro se quedó con ella.
Hoy después de un año
he regresado al mismo hotel, pero no estoy en el cuarto número 208-está
ocupado- he llamado al número que ella me dio. No contesta nadie. Ni suena.
Salgo a caminar por la noche –a ver si la encuentro- Un guachimán me dice que si
la recuerda, porque hace como un año, su esposo la mató porque le contaron
haberla visto salir del Hotel a altas horas de la noche, con unos aretes en
forma de moscas que él no le había comprado. Lo hizo por celos. Luego también
se disparó. Dos cuadras más allá en el malecón hay una crucecita, lugar donde
murió.
Pedro Moreno Sarmiento