¡QUE SE VAYA EL PRESIDENTE!
El humo de las bombas lacrimógenas, el ruido de los cohetes, los gritos de los participantes, las banderolas que se agitaban, el laberinto de la manifestación, el sudor del reclamo bueno o malo, de acuerdo a que trinchera lo diga, era festejada por los luceros que se pusieron mascarillas para no contagiarse del apestoso reclamo:¡¡Que se vaya el presidente!!.
La mayoría eran jóvenes, pero también había personas mayores. Aun con pañuelos y mascarillas, no podían esconder sus edades. Eran adultos mayores (alias viejos). Tio, ponte a un costadito – decía alguno- Mejor quédate acá y no te muevas – decía otro-Qué pasa sobrino –decía yo- he estado en peores, no te preocupes. Ya no tengo nada que perder. Pero como decantando por edades, como que nos aislaban un poco de la manifestación. De pronto ya éramos un mini pelotón de viejos, roncos de tanto gritar, agitando las pequeñas banderolas que alguien nos alcanzó por ahí.¡¡Que se vaya el presidente!!
La pista parecía una faja transportadora grande que nos empujaba hacia el congreso de la república. Solo había que dejarse llevar por la multitud enardecida. Era un éxtasis de reclamo, envuelto en el paquete de regalo blanco de las bombas lacrimógenas. Un típico avance popular y obstrucción policial. Así es y siempre será esto decía para mí, mientras chocaba sin ver con quien, por las nubes blancas de las bombas.
Recordaba ese huayno que decía: “ Amor de guardia civil es el que vas a tener, porque con palo y con pito te va a mantener…”
Ya no estoy para estos trotes, se empezó a analizar, de verdad estaba agitado, cansado, sudoroso y chocando y chocando, chocó con una señora de más o menos su edad. Oiga señora, ¿Qué hace Ud. Acá.? Vaya a su casa. La señora estaba igual que él, agitada, cansada, sudorosa y chocando con cualquier persona. ¡¡Que se vaya el presidente!! Gritó la señora como respondiendo.
La situación era cada vez más complicada, la represión policial se agudizaba, había que protegerse, ya no era un juego. Cansados, se sentaron en la vereda, junto con otras personas mayores. Ella conversaba con otras personas y él la contemplaba a distancia, como para auxiliarla en caso necesario. Algo tenía ella que llamaba su atención. No, no puede ser. Será Juanita la de mi barrio?. La vestimenta apropiada, es decir holgada, como para correr sin dificultad, la casaca negra, la mascarilla y la pañoleta blanca que cubría su rostro, no lo dejaban saber si era o no , Juanita la de su barrio.
En ese instante rueda algo por la pista echando humo, la señora que se para y patea para alejarla del grupo y siente un dolor agudo que traspasa su débil zapatilla y empieza a cojear. Corro en su auxilio y la saco del grupo retrocediendo un par de cuadras lejos del pelotón sin uniforme.
Sentados en una vereda del parque Universitario, para respirar mejor se quita todo lo que le cubría el rostro y lo primero que vi fue el lunar en su barbilla, era Juanita. Desnudé también mi cara y fue ella la que exclamó: ¡¡José!! No puede ser. Qué haces aquí.
-Déjame verte el pie- era lo mínimo que deseaba verle en ese momento, la verdad era solo un golpe. Pero le dolía. Le empecé a sobar el pie, como frotando la lámpara maravillosa, se aparezca un genio y le pida que me haya querido y recordado siempre como yo a ella.
-Te voy a contar- me dice. Yo estaba en mi cama viendo las noticias. Veo la marcha tumultuosa. Estaba sola, mis hijos ya se casaron y mi marido está de guardia hasta mañana. Empecé a recordar nuestra época universitaria. Las marchas de reclamo que hicimos en nuestros tiempos. Me puse melancólica. No me acordé de ti, pero qué pierdo dije para mí. ¡Me voy a la marcha! Me arreglé como pude y aquí estoy. Nunca pensé encontrarte. Si nos citamos en esta manifestación quizá no nos hubiéramos encontrado.
Tienes razón- le dije- yo jamás pensé encontrarte. Pero es lo mejor que me ha sucedido en estos últimos tiempos. A mí me ha pasado lo mismo. Estaba cómodamente viendo televisión. Y por qué no me dije. Voy a la manifestación, y vine, como para recordar el pasado. Nunca pensé encontrarte.
Recuerdas cuando tomamos el rectorado de la universidad, cuando tuvimos que salir por los techos de las casas vecinas? Claro que lo recuerdo –contesté- cuando agarrabas el micro y atacabas a los partidos contrarios. Cuando tuve que sacarte de una paliza a cadenasos. La doctrina de nuestro partido y las ideas de los otros eran diferentes en esos tiempos. Hasta que llegó el terrorismo. Entonces hasta ahí nomás llegamos. Eso fue otra cosa. Ya no fuimos a ninguna marcha ni manifestación.
Como ya no fuimos a nuestro local partidario, dejamos de vernos, supe que te casaste – me dijo- yo también supe lo mismo –le respondí- y ya dejamos de vernos. Es cierto-dijo- pero nunca dejamos de ir juntos a esas reuniones.
La verdad siempre me gustó la forma como hablabas de tus ideas en las reuniones partidarias. Yo era como tu secretario particular. Te acomodaba el micro, “uno dos tres…probando”. Eras muy enérgica en tus discursos. Después me preguntabas: Qué te pareció? Excelente – siempre era mi respuesta-
Pero como siempre, entre nosotros, nos hemos hablado con la verdad te voy a ser sincera José –como acomodando ideas dijo- Te cuento que nos dio el COVI 19 a mí y a mi marido. Fue horrible, creo que fuimos unos de los primeros en ser atacados y los médicos no sabían que hacer, algunos daban un tratamiento y otros recetaban otras cosas. Unos decían tomen ivermectina ese antiparasitario de animales de uso veterinario. Otros que no. Un pandemonio. Nosotros empeorábamos y empeorábamos. Creíamos que ya la muerte era inminente. Gracias a que nos internaron en una clínica particular, donde había de todo, desde oxígeno hasta buenas medicinas. Cada uno en su cuarto. Y pudimos salir de esa mala enfermedad.
Fue un gran gasto económico, pero creo que valió la pena. Nos quedó la sensación de la cercanía de la muerte. No somos nada. En la soledad y aislamiento de la clínica, empecé a recordar lo vivido y hace un momento te he mentido. Sí, me acordé de ti, de nuestra época universitaria y me preguntaba si tú también me recordabas. Qué fue lo que nos detuvo. Hubiéramos tenido una bonita relación. Nunca tratamos el tema, nunca ninguna mirada capciosa. No éramos un hombre y una mujer. Éramos solo dos integrantes de un partido político, haciendo política. Estaba muriéndome en emergencia y me acordé de ti. Ni siquiera una tomadita de mano. Nada.
Entonces ahora en la tarde, me dije: voy a la manifestación. Amarré bien mis zapatillas de combate. Cargué bien mi celular y me vine. La primera vez sin mi amigo José en una manifestación. Y me rejuvenecí. Y me emocioné como antes. Pero son otros tiempos, otra gente, otras causas. Lo bueno es que estás aquí conmigo. Es la última vez que participo. Ya me dí el gusto. Y tú eres la cereza de mi torta.
Yo también, como siempre soy sincero. Estaba igual que tú viendo las noticias y me dije: Por qué, yo no, y vine. Me pasó algo parecido a ti. Y me alegro haber venido. Quizá hubiera sido diferente si hubiera habido algo entre nosotros, pero solamente te digo: Lo que las marchas y manifestaciones unen, que no las separe nadie.
El gas de las bombas lacrimógenas irrita los ojos y lagrimean. Yo le secaba sus lágrimas y ella las mías. La embarqué en un taxi. No era amor. Era otra cosa. Algo más grande. Chau correligionaria.
Antonio Lopez y Reyes
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