EL PRIMO ESMELI
Lo llamaron
Esmeli porque su Papá que era estibador en el Puerto de Pisco, tenía un amigo
americano que le llamaba Smail (sonrisa) y en honor a ello escribiendo mal, lo
llamó Esmeli.
La tarde polvorienta de paraca daba un aspecto tétrico cuando conocí a
Esmeli, un jovenzuelo de 12 años de edad, la misma que yo tenía. Pero el
aparentaba más, era mucho más despierto, vivaracho, era el típico niño joven
del puerto, con su andar achorado del que sabe donde ubicar lo que necesita.
Era un primo bien lejano, pero primo. Me midió de pies a cabeza y casi casi
éramos del mismo tamaño pero claro que me ganaba lejos en experiencia de calle.
Era el líder de un grupillo de palomillitas de orilla playera.
El olor a pescado quemado del ambiente era irrespirable para mí cuando me
presentó a su manchita, eran como 10 jovenzuelos casi de la misma edad que se
recurseaban vendiendo cigarros, licores y conservas que llegaban de los barcos
extranjeros al muelle de Pisco. Mientras ellos ya tenían ingresos, yo recibía
muy pequeñas propinas.
Esmeli y sus amigos me llevaron a las galerías de los cinemas de la
provincia en blanco y negro, ellos fumaban dándoselas de grandes y yo no podía
respirar. Hasta pagaban sus cebiches cerca del muelle. Prácticamente solo iban
a dormir a sus casas. Mi primo Esmeli era el líder del grupo.
Una tarde soleada llegamos a la canchita de futbol y desafiaron a otro
grupo parecido a un encuentro y el trofeo era un pozo de dinero que lo cazaba
algún hombre mayor que siempre espectaba el partidito. Pero Esmeli no jugaba,
no tenia noción de futbol, sus movimientos con la pelota eran torpes, como que
no coordinaba lo que pensaba hacer con el movimiento de sus pies. Era un inútil
para el futbol. Era la barra brava.
Yo, él y tres suplentes en la barra y el ardoroso encuentro era visto hasta
por las gaviotas que en el aire se mantenían estáticas como mirando el partido.
Hasta que me pregunta si yo sabía jugar. Le dije que sí y la verdad que yo jugaba
y muy bien. Fue un partido de gran alegría sobre todo para mi primo que sacaba
pecho cada vez que hacía yo una buena jugada.
Empezó a desafiar a otros grupos de la zona y ganábamos más que perdíamos y
jugábamos a dinero. Mi primo me miraba ya diferente. Era mi hincha y yo era su
primo que hacia lo que él no podía. Jugar pelota.
Así entre triunfos y derrotas pasábamos las tardes del mes en vacaciones,
entre la orilla de la Playa y las canchitas pedregosas, marco de ardorosos
partidos de fulbito, hasta que un artero faul confundiome con la pelota y se
armo una bronca descomunal que hasta ahora me asusta, como éramos visitantes la
cosa era salir de ahí como sea. Yo solo jalaba a mi primo como cuando el jalaba
con el cordel algún pez curioso enganchado al anzuelo, con tan mala suerte que
una piedra no muy grande pero menos mal que pulida por la vida de piedra marina
golpea el centro de mi frente y sangra como desborde de rio bañando mi cara de
sangre y susto.
Llegué a la casa con un pedazo de telaraña que hacia el papel de gasa y un
curita pegado a la frente tratando de tapar lo evidente y de inmediato en
calidad de bulto me embarcaron a mi tierra.
Del Primo Esmeli ya no supe mucho porque fui a Lima internado al Colegio
Militar, solo que a veces las noticias no eran buenas. Murió la mamá de mi
primo, las amistades con las que mataperreaba se hicieron grandes y se
dedicaron a cosas no muy santas y fuera de la Ley. Lo mejor es distanciarse
para no comprometerse.
Que habrá sido de la piedra que rompió mi frente, que de la briza del
mediodía, de la galería del cine provinciano, que de los olores de la harina de
pescado, que del muelle, que de las gaviotas, que de los camarones en la boca
del rio pisco al llegar al mar, que de las noches veraniegas frescas del
puerto.
La verdad no podía olvidar jamás esas vacaciones porque todas las mañanas
al peinarme y ver mi cara en el espejo, resaltaba la cicatriz en mi frente que
impedía ser olvidada.
La vida continua y no puede ser detenida ni un segundo, no hay tiempo para
pensar, hay que estudiar, trabajar para sobrevivir y avanzar hacia no sabemos
dónde, dejar las cosas que pasaron y buscar el camino correcto que siempre nos
llevara a la tumba, vayamos por donde vayamos, hagamos lo que hagamos todos
llegaremos a no sabemos dónde.
Ya era como al medio día cuando mi amigo Julio y yo entramos al mercado de
frutas, el olor indefinido por la variedad de frutas nos hacia recordar el aroma del jugo surtido. Pacaes, mangos,
mandarinas, peras chilenas, melones, sandias, piñas, plátanos de Mala y otras
frutas al por mayor.
Buscando ya no la chacra sino el producto, el mejor precio, y la calidad de
la fruta, Julio me indica que pruebe una fruta de su zona, el aguaimanto, una
pequeña bolita de color rojo envuelta en un capullo beige de un sabor nuevo y
agradable, el tomate de árbol, el Kake, frutas que avivan mis papilas
gustativas por sabores nuevos y agradables.
Creo que el hombre en sus comienzos solo comía fruta, o iba a ningún mercado, la naturaleza le
brindaba lo mejor que podía, el Paraíso era de pura fruta, seguramente no había
yerba mala. No creo que los animales en
el Paraíso hayan servido la mesa de nadie.
Tiene razón Julio, las frutas de Huánuco, quizá por el buen clima, sol en
el día, frio en la noche, le dá ese dulzón de la región que la hace particular
al paladar.
El vendedor sorprendentemente amable, nos hacía probar de una o de la otra
que al final llevamos un poco de cada una.
Al despedirnos, me dice: A ti te conozco. Adivina quién soy. Ni la menor
idea. Menos de Huánuco. Yo nunca he estado por allá. Yo sé por qué tienes esa
cicatriz en la frente. No puede ser. El primo Esmeli.
Había fugado por un problema judicial hacia Huánuco, donde tuvo dos
compromisos. Se dedicó al cultivo y no volvió a delinquir (según él). La verdad
que le iba muy bien, uno de sus hijos había estudiado para Ing. Agrónomo y se
dedicaba al cultivo de frutos de la región hasta ayer que lo embarcó para
Estados Unidos donde iba a sembrar los mismos frutos para probar si se podían
cultivar en ese País. El tenía que regresar a Huánuco para hacerse cargo de la
chacra. Era otra persona, la vida lo había cambiado pero para bien. Primo le
dije: Te estarán extrañando las gaviotas, los peces de la playa, la briza del
mar, las paracas de la tarde, el cine, las piedra redondas de la orilla, las
rayas, las tortugas marinas.
No primo – me dijo – el hombre tiene por casa el mundo, por sábana las
nubes, las luces de los luceros no te pasan recibo por su luz. El peor enemigo
del hombre es otro hombre o el mismo no puede o trata de ganarse a sí mismo,
pero sin trampas. La vida lo había puesto medio filósofo. Que habría sido de la
araña que tejió la gasa que paró la hemorragia en tu frente. Que ha sido de
nuestros recuerdos de la infancia. El hombre es como la fruta que la planta con
cariño y dedicación fabrica pero no sabe quien se la va comer o si se pudrirá o
algún gusano la atravesará con sus túneles podridos. Pero igual la planta
produce la fruta con esfuerzo, cumpliendo su función sin pensar en el futuro de
su fruto. Si pudiera me llevaría un pedazo de mar para Huánuco, solo para darme
el gusto de pescar en las alturas.
Intercambiamos números y detalles, Sé que no me llamará, sé que no lo
llamaré, pero me dio gusto encontrarme con mi pasado y la alegría de saber que
mi primo que antes era tiburón de mar, es hoy una mansa trucha de las alturas.
Q:.H:. Antonio Lopez i Reyes.
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