EL LADO OSCURO
Era el que cuidaba al
sol. Que nunca se apagara. Que siempre alumbrara, que esté en movimiento, que
nunca deje de dar luz. El nunca dormía, no tenia cumpleaños, no envejecía,
nunca comía, era el cuidador del astro. Pero no tenia alas, no las necesitaba
¿A dónde volaría? Y así sin conocer de sabores, tampoco respiraba. Solo el sol
y solo el sol. Esa era su tarea.
Solo él y su tarea de
luz. Pero sentía algo. Algo que no sabía qué. Eso que nadaba en él, que le
producía algo nuevo. El sol seguía ardiendo de luz. El sentía que no ardía su
deseo de no saber qué. Que raro –se decía- si no hay más que yo y el sol.
Se asustó al ver un
rayo negro que salió del sol. ¿Qué es eso? –se preguntó- puso el mantenimiento
en automático y siguió a ese rayo negro que nunca había visto. Que bello es
–dijo para sí- yo quiero uno. Es bello. Ahora sentía algo diferente: se había
enamorado del rayo negro y lo seguía embelesado.
El rayo negro y él,
caen en un planeta alumbrado por el sol. Busca y busca y el rayo negro no está.
El planeta gira y ya no es un rayo. Es todo negro y se llena de negrura y ama
la negrura. Nunca había visto eso. Ahora cree que tanta luz ama la oscuridad y
sigue buscando al rayo negro. Y el sol sale y se esconde y asi, asi y no
encuentra al rayo oscuro que busca.
La luz y la sombra
pueden existir juntos? –se pregunta- y una vos le contesta que no. El que es
luz es luz y lo oscuro es oscuro. Y se lamenta.
El rayo negro que ha
caído, siente al verlo que ama la luz. Pero una vos en el aire le dice que no.
Dos no en un mundo de
luz y sombras. Una luz y una sombra que se atraen, pero que nunca van a estar
juntos.
Eso somos tu y yo –así
hablaba un hombre triste a una mujer triste- que se reencontraban después de
muchos años.
Recordaban la alegría
juvenil de su enamoramiento, sus bailes de yunza, sus sueños juntos debajo de
una planta de mangos a la luz de la luna, el alumbrar con una misma vela las
procesiones de su barrio. Los carnavales, los globos y serpentinas, las
primeras imágenes del televisor, el hombre en la luna, los cuadernos sin forrar
y los libros del colegio. Todo eso y más pasaban por sus mentes como el rayo
negro que cayó del infinito y ya no tiene más luz.
Tú crees que no hay
forma y yo también. Siempre nos hemos atraído, pero nunca hemos podido estar
juntos, o por los estudios o por el trabajo, algo siempre nos ha separado. La vida es esa vos que nos dice
que no es posible. ¿Resignación? –Dice ella- el hombre calla y piensa -¿algo se
puede hacer?- y no es siempre no.
Ella recuero haber
leído en alguna parte que “ un pez y un pájaro se pueden casar, ¿pero dónde
vivirían?.
Cuando se separaron la
primera vez fue cuando ambos salieron de su barrio para estudiar, lejos uno del
otro. Creyeron que lo que tuvieron había muerto por la distancia y creyeron
enamorarse de otros jóvenes.
Cuando se volvieron a
encontrar se dieron cuenta que nunca se olvidaron y regresaron. Luego por
trabajo les pasó lo mismo. Pero esta vez ambos se casaron y entonces ya como
que se olvidaron. Juraron que fue así. Fue mentira.
Los nombres de sus
hijos fueron los suyos sin que supieran sus parejas. Los sentimientos no tienen
nombre y ya se olvidaron.
El aire de tormenta y
la lluvia que caía horizontal empujada por el fuerte viento, las ramas de los
arboles caían desgajadas por el temporal, los semáforos de la calle se
balanceaban de cabeza y el alambre que los sostenía pedía ayuda que no llega y
cree que se cae y de verdad se cae dejando sin señal a ese cruce. Tormenta en
Buenos Aires.
No es su ciudad, solo
está en un congreso de estudios. “La
posada del Inka” así se llama su alojamiento, por lo de Inka la eligió (Un Inka
en Buenos Aires) El desayuno es gratis y baja presuroso y con hambre. La ve y
sabe que es ella, no ha cambiado, se le quita el hambre y quiere huir (de su
pasado) de ella y de él. Pero ya es tarde, -también lo vieron- y avanza sin
querer. Ella deja la taza caliente que se enfría y no sabe el por qué.
El silencio que habla
mucho, se acaba y conversan y conversan y recuerdan y recuerdan. Los recuerdos
arden cuando no se apagan del todo. El amor es amor, aunque la distancia de los
años lo separe. Y ya no van a los congresos que deben ir y se olvidan del tiempo,
de todo lo pasado y viven su presente como si nunca se hubieran separado.
Regresaron en el mismo
avión. Al llegar nuevamente con dolor iban a ir cada uno por su lado. Así con
resignación.
La tormenta se repite,
esta vez no caen las ramas ni vuelan los semáforos. Esta vez cae el avión y en
su caída se escucha como un trueno un beso cariñoso y luego, luego pasa la
tormenta.
El hombre ahora sigue
cuidando que no se apague el sol y la mujer que no se prenda la luna.
Q:.H:. Antonio Lopez y Reyes.
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