LA SERPIENTE Y LA MANZANA
La vida está llena de viernes, cuatro viernes por mes y 48 por año, decía para sí como sumando la vida. Es que solo vivía los viernes cuando se abrían los trabajos en el mercadillo y El se asomaba como una luz detrás de una papaya amarillenta que brillaba alumbrando su silueta entre grande y chica, entre flaca y gorda pero que la envolvía como el polvo terroso que levantaban los carros en la pista polvorienta del mercadillo provinciano y ella se dejaba envolver como una manzana roja de madura que se va no sabe donde con un comprador que no conoce, que se la comerá en algún lugar desconocido, mansamente, sin reclamos, entrará en su cuerpo, ojalá en su corazón.
Le hablaba solo del precio pero eso bastaba para arrullarse en cada sonido de su voz compradora. Llévame gratis, las cosas importantes no tienen precio, soy una fruta cortada en su momento por una mano que salía de la Escala de Jacob, no tengo gusano ni por dentro ni por fuera, no magullada por la vida, me he cuidado para alguien como tu. Soy la única fruta que escoge a su comprador y el momento de ser comida.
Todos los viernes de los últimos tres años entraba a la frutería sobre una alfombra de fresas y mangos bordeada de sandías, uvas y melones. Los higos con los duraznos cantaban en una columna de armonía un coro de alabanza angelical que ningún oído humano podía escuchar. Los pacaes y las mandarinas hacían olas jubilosas. Las ciruelas se encendían con destellos rojos de sabor. Los plátanos maduros y los verdes se agitaban de placer. Las baterías anunciaban la entrada del Rey de las frutas que se repetía todos los viernes. Sin una palabra, solo con la mirada, gestos y símbolos que se usaban en aquellos tiempos remotos cuando no había idioma. Solo eso bastaba para saber que lo quería, que había algo más entre ellos. Pero no sabía que.
Este viernes lo retejo, no sé ni su nombre, de donde viene, a donde va, solo sé que algo nos une. Todas las frutas pensaban lo mismo. Había que poner las ideas en el árbol. Volver a sus orígenes, regresar a la planta.
Era un viernes de calvario, la crucifixión de la serpiente .El sol y la luna se habían detenido, no corría viento, no hacía ni calor, ni frío, no había ruido, solo un gran ojo en el cielo como dibujado en cartulina azul cielo miraba sin pestañar y el silencio de una pregunta sin palabras, con un signo preguntó todo lo que quería y escuchó la respuesta con una voz que la acariciaba por dentro y por fuera: ¡ Te lo digo Yo que soy la serpiente! Manzanita.... hoy estarás conmigo en el Paraíso. Ningún Adán y Eva te volverán a comer. Y murió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario